jueves, 25 de octubre de 2012

Dueño de su destino


Breve sinopsis 


     Rafael sabe que la mina es un lugar donde la muerte no necesita permiso para entrar. Su deseo es iniciar una nueva vida lejos de allí, apartado del atroz recuerdo de su madre y su hermana engullidas por las traidoras fauces del yacimiento, pero no puede abandonar a Nazario, su padre, un hombre triste y atormentado por las desgracias de la familia. Un día, la mina vuelve a reclamar su tributo en moneda de sangre y Nazario se ve sorprendido en un desprendimiento. Con la serenidad que da sentirse cerca de la muerte, le dice a su hijo con sus últimas palabras qué camino debe seguir. Rafael, con el corazón destrozado, abandona su hogar e inicia su periplo en un mundo de luces y sombras donde encontrará el amor y descubrirá un complot anarquista para asesinar al rey Alfonso XIII durante la inauguración de El Cable Inglés en Almería. ¿Será capaz de abortar el magnicidio? ¿Conseguirá el objetivo que le susurró su padre en el lecho de muerte? 




Nota histórica

 

    La historia no ha pasado precisamente de soslayo por Almería, que ha sido origen en el tiempo de civilizaciones y culturas tan importantes como la de Los Millares hace cinco mil años y posteriormente la de El Argar. Tierra ancestral que se ha visto en incontables ocasiones regada por sangre inocente y cuna de descubrimientos sin igual; madre de valerosos hombres que entregaron su vida por un mañana mejor y engendradora de codicia y maldad; luz de mentes preclaras que dieron un salto hacia el conocimiento y hacedora de energúmenos que tocaron con sus manos la oscuridad del pensamiento.
      No se puede decir que el curso de nuestra historia haya sido particularmente generoso en parabienes con esta sufrida tierra, sino más bien todo lo contrario. Y si nos centramos en la época que transcurre el relato podemos observar que Almería, y especialmente su provincia, se hallaban inmersas en una situación lamentable con una población que menguaba año tras año, propiciando un grado de abandono alarmante. El caciquismo cerril, la clara falta de oportunidades y una industria escasamente desarrollada dieron lugar a un másivo éxodo de emigrantes en el último cuarto del siglo XIX en dirección a Argelia, para trabajar en las inmensas plantaciones agrícolas que los franceses estaban levantando por doquier. Y fue una decisión acertada, porque la mayoría de los que se marcharon no regresaron a la tierra que les vio nacer. A principios del siglo XX las condiciones seguían sin mejorar, donde la constante amenaza de la escasez, la cercanía de una miseria inclemente y la precariedad más absoluta dibujaban un horizonte tan vacío de esperanza como aterrador. No obstante, el destino final del emigrante almeriense, siempre aguerrido y valiente, varió, dejando a un lado la socorrida y cada vez menos interesante opción argelina en detrimento del esplendente futuro que ofrecía una tierra lejana y exótica... Argentina. La cotidiana realidad reflejaba la triste imagen que desprendían los muelles de la capital, donde barcos rebosantes de gentes humildes y laboriosas se veían obligadas en contra de su voluntad a recoger sus bártulos y emigrar, con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón en pos de un atisbo de dignidad.        

     La minería, una vía de subsistencia muy extendida por gran parte de la geografía almeriense, estaba sujeta a una forma de explotación tan arcaica como carente de medios, y por ende, peligrosa. Poniendo como ejemplo las minas de Rodalquilar, que he utilizado como escaparate en la narración del relato, decir que su base empresarial en el primer tercio del siglo XX tenía en común su carácter localista, el bajo poder económico y su exagerado afán de especulación. El gran objetivo de este peculiar estilo de empresa minera era el de denunciar un permiso minero y esperar el momento más adecuado para realquilarlo a una empresa mayor y con suficiente fortaleza económica para explotar los yacimientos. Huelga decir que en este período los patronos de las minas se sucedían con inusitada celeridad.

     La fisonomía de Almería experimentó un cambio importante con la supresión de los conventos durante la Desamortización de Mendizábal en 1835 y, sobre todo, con la demolición de las antiguas murallas a partir de 1854. El Paseo de Almería, eje de la capital,  surge a raíz de este derribo inspirado en un modelo con claras reminiscencias afrancesadas. Pero ciñéndonos a la fecha en la que está inspirado el relato, año 1904, subrayar que se produce un hecho de suma importancia en la historia de la ciudad, la inauguración del cargadero de mineral El Alquife o como sería mayormente conocido, El Cable Inglés, que fue creado con el objetivo de dar salida a todo el mineral que llegaba de las minas de Alquife y se acumulaba en el puerto de Almería. Inauguración que fue presidida por el rey Alfonso XIII un luminoso miércoles 27 de abril de 1904. La construcción de este cargadero, realizado bajo las directrices del ingeniero escocés John Ernest Harrison y  firmado por el ingeniero español Andrés Monche, porque los extranjeros no podían presentar directamente los proyectos, está encuadrado en los parámetros de  la denominada arquitectura del hierro. Los beneficios que trajo consigo fueron importantes y supuso un espectacular aumento del rendimiento a la hora de transportar el mineral, ya que para cargar un buque de ocho mil toneladas se necesitaban un mínimo de ocho días a razón de sendas jornadas de diez horas empleando 350 hombres y 90 carretas. Y a partir de ese momento, gracias al nuevo sistema, el mismo trabajo se realizaba en apenas diez horas.
     Curiosamente los ciudadanos se dividieron tras su edificación en dos posturas claramente opuestas, mientras unos creían que era una obra de ingeniería necesaria para la evolución de la ciudad, otros postulaban en su contra señalándola como una obra de proporciones descomunales que impediría el progreso de la capital. El caso es que con el paso del tiempo se terminó convirtiendo en un símbolo de Almería al igual que la estación de ferrocarril concluida en 1893 y que, según reza la leyenda, fue diseñada por el afamado Gustave Eiffel, aunque lo más probable es que dicho proyecto corriera a cargo de uno de sus discípulos.   

     Así es la indómita Almería, una tierra plagada de contrastes curtida por el sol y abrazada por el mar, con sus luces y sus sombras, pero siempre misteriosa y pasional.


No hay comentarios: