miércoles, 24 de octubre de 2012

El héroe de Bayyana



 Breve sinopsis

     La ciudad de Bayyana vive preocupada por la pertinaz sequía que asola sus campos desde hace más de una década, sin embargo, un peligro mucho mayor se cierne sobre sus vetustas murallas.
    Un despiadado ejército cristiano con ansias de riqueza se acerca imperturbable ante la angustia de sus habitantes, que ven con impotencia como su dios no atiende sus plegarias y parece haberles abandonado a su suerte.
   Cuando la situación se torna auténticamente desesperada, todas las esperanzas de salvación recaerán sobre Hakîm, un valeroso pastor huérfano que intentará con el arrojo de su corazón hacer realidad las palabras que pronunció su padre antes de morir.
  ¿Conseguirá el intrépido muchacho salvar Bayyana de las garras de la codicia cristiana?



Nota histórica 


   
     El héroe de Bayyana es un relato ficticio que florece dentro de un enclave privilegiado repleto de arcanos y embrujo a orillas del Mediterráneo, en Almería. Provincia enmarcada en una tierra de sabiduría ancestral, ha sido faro de culturas y cuna de civilizaciones a lo largo de la historia, arrogándose por derecho propio un lugar entre la realidad y la leyenda.  En una de las páginas más sublimes de nuestro pasado, tuvo un peso fundamental a la hora de sustentar la magnificencia del legendario al-Ándalus, brillando con luz propia en el seno de un imperio colosal. Pero en esta vida nada goza del favor de la eternidad y tras la desmembración del Califato, durante el primer tercio del siglo XI, convivió con las humeantes cenizas del Imperio omeya, encumbrándose durante la época de los reinos de taifa como un auténtico faro de luz en medio de un océano de oscuridad.
     En la esplendente al-Mariyya convivieron en un paradigma de concordia las tres religiones del Libro, florecieron las artes y las ciencias, y las culturas se arraigaban al amparo de una tolerancia sin igual. En una capital idílica abrazada por el sol y bañada por el mar, la artesanía y los oficios brillaban por su calidad y el comercio prosperaba en armonía, convirtiéndola en uno de los  puertos comerciales más importantes de todo el Mare Nostrum.

     Empecemos con una cuestión tan sencilla como el origen de su nombre... Para ciertas personas con alma de poeta y melancólico corazón, viene a significar algo así como «espejo del mar». Ciertamente hermoso mas no por ello real. La erudición, acompañada de serios estudios etimiológicos sobre este tema, nos transmite un significado más pragmático en el que se nos argumenta que Almería proviene del topónimo árabe al-Mariyya, que literalmente significa «atalaya» o «torre vigía». A todas luces menos bucólico pero mucho más acorde con el fin para el que fue creado, principalmente, este antiguo ribat custodiado por monjes guerreros, que no era otro que cumplir funciones de vigilancia para alertar del peligro de posibles invasores.
     Hasta mediados del siglo X, la capital de la cora fue la opulenta Bayyana, la actual Pechina, donde residía el aparato administrativo y religioso  de todo el territorio. Un centro neurálgico en el que comercio y artesanía gozaban de muy buena salud, pero como suele suceder en tantos y tantos casos, la ciudad de nuevo cuño acaba engullendo por intereses estratégicos a la primigenia hasta hacerla desaparecer. Según el meticuloso geógrafo e historiador almeriense del siglo XI al-‛Udrī, tras el saqueo por los beréberes en el 1012 toda la población de Bayyana se desplazó a al-Mariyya y sus últimas construcciones se vinieron abajo en los años 1066-1067.

     Almería, a pesar de lo que puedan suponer algunos, es algo más que invernaderos descontrolados o pelotazo urbanístico, especulación inmobiliaria o desierto terminal... y así lo debió de pensar, sabiamente por cierto, el califa Abd al-Rahmān III cuando en el año 955 otorgó la categoría de madīna a la incipiente al-Mariyya. Más tarde, y quién lo iba a decir, con Almanzor (aquel que según reza la leyenda perdió el tambor en Calatañazor), experimentó un impulso importante que la situó como uno de los puertos de referencia del Mediterráneo. La ciudad era ambiciosa, por lo que siguió creciendo y prosperando.
     Tras la desfragmentación de al-Andalus a principios del siglo XI, donde llegaron a coexistir hasta veintiocho reinos independientes, Jairán, que fue el primer rey de taifa de al-Mariyya, se encargó de forma eficiente para que continuara con su meteórico progreso floreciendo y resplandeciendo junto al mar. No obstante la época dorada tuvo lugar bajo el reinado de al-Mutasim, también llamado el rey poeta, que según cuentan las crónicas del momento se rodeó de una pléyade de eruditos de las más diversas disciplinas. Con una corte repleta de literatos y científicos, se mantuvo el emporio económico al mismo tiempo que la medina crecía sin parar. Pero como la alegría en casa del pobre dura lo que dura, terminó perdiendo toda su herencia a modo de tierras, que se extendían desde los confines de la Mancha hasta Valencia, para verse reducida únicamente a la provincia de Almería. Afamados y escrupulosos cronistas de aquel tiempo nos han transmitido, y no hay motivos para dudar de ello, la narración de las últimas palabras de al-Mutasim cuando estaba postrado en su lecho de muerte, con el ejército invasor celebrando una apoteósica victoria a las mismas puertas de la ciudad. El moribundo soberano se pronunció así:
     –No hay más Dios que Allāh. Todo ha sido duro hasta mi muerte –y refiriéndose a alguien de los que le rodeaban en tan fatídico momento, en un susurro le dijo–: Cuida tus lágrimas y no las malgastes pues tendrás que llorar largo tiempo.
     Evidentemente se refería el buen monarca a lo que estaba por venir, pero también, y a tenor de sus palabras podemos discernir que lo dicho cuatro siglos después al inolvidable Boabdil el Chico no fue tan original... Si es que todo está inventado, incluso ya en aquel tiempo.

     Vamos a permitirnos la licencia de saltarnos, de un plumazo, unos cuantos años y vamos a pasar del fatídico 1091, donde muere el rey poeta y desaparece la taifa de Almería, al año 1147. Esta es una época muy importante en la historia de al-Mariyya, porque lo que en ese momento aconteció marcó el devenir no ya solamente de los años siguientes, si no que su trascendencia influyó decisivamente en cómo se desarrollarían los siglos posteriores.
     El rey Alfonso VII, apodado el Emperador, al mando de un contingente de soldados catalanes, francos, aragoneses y castellanos además de apoyado por pisanos y genoveses, irrumpe en  estas tierras bajo una pantomima de santa cruzada que sirve de pretexto para enmascarar el verdadero y auténtico objetivo de la empresa, anexionarse la plaza por motivos políticos el monarca castellano y por intereses económicos los italianos. Con este desolador panorama al-Mariyya termina siendo conquistada tras tres meses de profundo y asfixiante asedio. La medina rinde sus puertas el 17 de octubre de ese mismo año pasando a ser su rey el propio Alfonso VII.   
     Una década se mantuvo Almería bajo control cristiano hasta que en el año 1157, un poder emergente proveniente del norte de África, los almohades, vuelven a recuperarla para el islam. ¿Por qué dije anteriormente que esta fase de la historia de al-Mariyya fue decisiva en el devenir de su futuro? Pues sencillamente porque constituyó un lapidario punto de inflexión del que esta ciudad no se recuperó hasta cientos de años después. Pasó de ser un lugar de referencia mercantil en la Península Ibérica y en el Mediterráneo a convertirse en una ciudad anquilosada y retrógrada. Su actividad portuaria, otrora envidia de todo el Mare Nostrum, cayó en picado y no volvió a recuperarse. La alegría tanto del comercio como del artesanado abocaron en un progresivo y mustio abandono que desembocó en un creciente e imparable despoblamiento. Sin lugar a dudas, la década en que al-Mariyya estuvo en poder cristiano, significó un trauma irrecuperable del que, como he dicho anteriormente, se acaba de despertar en fechas recientes.

     Volviendo al año 1147 y la toma de al-Mariyya por la facción cristiana, cabe destacar que la intervención de los genoveses fue decisiva en el resultado final de la contienda. En honor a esta gesta se le ha dedicado una playa a estos bravos combatientes en la bella población costera de San José, cuyo nombre es precisamente «Playa de los Genoveses».
    La bandera que exhibe e identifica actualmente a la ciudad de Almería también tiene sus reminiscencias en este acontecimiento, y es que se ha adoptado precisamente la cruz latina de gules (rojo) que portaban los genoveses al entrar en combate.

     Es evidente que la realidad acontecida durante esta epopeya no tiene nada que ver con el relato de ficción que he escrito. No se produjo ningún intento de asedio a Bayyana (que ya no existía en el año 1147) ni por supuesto el ejército musulmán hizo batirse en retirada al contingente italiano. Todos los personajes que aparecen en esta historia son ficticios salvo el gobernador de al-Mariyya, Ibn al-Ramimi. Pero, ¿quién nos puede asegurar que no existió un valeroso Hakîm en otra época o lugar?

No hay comentarios: